
COLUMNA DE OPINIÓN

Por: Claudio Adasme
Gerente General Tierra Verde
Hace algunos años, visitando un predio en la zona central, el agricultor me dijo con resignación mientras miraba su campo: “Este suelo ya no sirve… antes aquí crecían tomates con solo mirar el terreno. Hoy, ni con todo el fertilizante del mundo se salva”.
Me quedé callado. Porque lo entendí. Porque lo he visto muchas veces, no era la primera vez que lo escuchaba, y lamentablemente, no sería la última.
La degradación de los suelos agrícolas en Chile es más que un problema técnico: es una amenaza directa a la vida rural, a la seguridad alimentaria y al futuro de miles de familias que viven del campo. Y lo peor es que está ocurriendo frente a nuestros ojos.
Sequía, sobreuso de químicos, erosión, pérdida de materia orgánica... todo eso ha convertido tierras fértiles en superficies inertes. Pero ¿y si les dijera que buena parte de esa tierra se puede recuperar con algo que hoy simplemente desechamos?
Estoy hablando de los residuos orgánicos. Y más concretamente, de los lodos estabilizados que provienen del tratamiento de aguas servidas. Lo sé: suena raro, incluso incómodo al principio. Pero cuando uno ve los resultados en el campo, cuesta no entusiasmarse.
He tenido la oportunidad de acompañar proyectos en los que suelos duros y castigados por años de mal uso, recuperan su vida gracias a la incorporación controlada y técnica de estos materiales. Y no estoy hablando de algo improvisado. En países como Estados Unidos, Canadá o miembros de la Unión Europea, esto ya se hace hace años bajo estrictas normas. En Chile, el D.S. 4/2009 del Ministerio del Medio Ambiente regula su uso seguro en suelos agrícolas y forestales.
Cuando se aplican bien, estos residuos enriquecen el suelo con nutrientes, mejoran su capacidad para retener agua, reactivan la vida microbiana y reducen la necesidad de fertilizantes sintéticos. Es decir, ayudan al campo a respirar de nuevo.
Pero el gran desafío no es solo técnico. Es cultural.
Todavía hay mitos, temores y falta de información. Hay quienes piensan que esto es solo basura disfrazada de fertilizante. Pero quienes nos dedicamos a esto sabemos que es más bien lo contrario: es transformar un problema en una oportunidad, es cerrar ciclos y avanzar hacia una agricultura más circular, más resiliente, más viva.
¿Podemos salvar los suelos agrícolas de Chile? Yo creo que sí.
Pero no con más de lo mismo.
Necesitamos innovación, sí. Pero también valentía para romper prejuicios y abrirnos a soluciones que ya están funcionando en el mundo.
El suelo no es una alfombra donde se botan cosas. Es un organismo vivo. Y como todo lo vivo, si lo tratamos bien, responde.
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